
Las verdades sobre la inmigración africana
Uno. El fenómeno migratorio es inherente a la historia de la humanidad, y se comprueba incluso en la propia naturaleza con los desplazamientos de rebaños a la busca de mejores condiciones de existencia para asegurar la supervivencia de la especie. En los seres humanos, obedece a factores económicos y sociopolíticos, y ha sido siempre generado por las situaciones bélicas, de injusticia social, las hambrunas o por factores relacionados con las confesiones, por enfermedades o las calamidades, naturales, o la escasez.
Son estas las razones que explican que aproximadamente el 2 % de la población mundial es decir, unos 120 millones de personas, vivan fuera de sus hogares de origen. La propia tradición africana se caracteriza por importantes movimientos migratorios, motivados por la búsqueda de nuevas tierras fértiles, para la población concernida o para alimentar los rebaños tras un cambio estacional. A nivel individual, la emigración de los africanos se explica por razones culturales y económicas, tales como la necesidad de independizarse tras el proceso de iniciación y la búsqueda de trabajo para reunir la dote y contraer un matrimonio exogámico. Dicho de otra manera, el nomadismo es una constante en la vida de los africanos. La propia colonización europea, con su política de reclutamiento de mano de obra para las minas y los cultivos de exportación, favoreció este fenómeno. Culminó con las irracionales políticas de desarrollo poscoloniales. inspiradas desde el exterior y mayormente responsables del éxodo rural, al descuidar las zonas rurales y la agricultura en favor de las ciudades y de la industria, y, en aras al mito, importado, de la industrialización como motor del desarrollo.
Dos. La inmigración africana, en el Norte en general y en Europa en particular, se remonta a la década de los cincuenta y sesenta, y fue dictada en este periodo por la necesidad de mano de obra en estos países, donde la expansión de la industria clásica la requería. Dicha inmigración se incrementó en la primera mitad de la década de los setenta por varias razones, entre ellas: la escasez de población europea debida a la planificación familiar, el fácil acceso a la contracepción, el matrimonio tardío, Y la liberalización del divorcio y del aborto; la conversión de Italia y España, tradicional m ente países de emigración, en países de inmigración, que para desarrollar sus industrias necesitaban la mano de obra africana y asiática; y por el desarrollo del sector de servicios y de economía sumergida en los países del sur de Europa que, para eludir los altos sueldos exigidos por los ciudadanos y los gastos de seguridad social, prefirieron la mano de obra barata africana.
La explosión demográfica que caracterizó a muchos países africanos, la excesiva carga de la deuda externa, el deterioro de los términos de intercambio, la generalización de las dictaduras militares y civiles, convirtieron la emigración hacia Europa en una de las alternativas en la década de los setenta y ochenta. De un fenómeno esencialmente campesino obrero en sus orígenes, la inmigración africana paso a ser, en este periodo, un fenómeno de las clases medias cualificadas y de las mujeres como resultado, por una parte, de la política de reagrupación familiar y, por otra, de la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos.
Tres. El confinamiento de África en la repulsión y el subdesarrollo y el atrincheramiento de Europa en un mundo atractivo y desarrollado —ayer, por los mecanismos de acumulación primitiva de capital mediante la explotación y extorsión de otros pueblos y continentes, y en la actualidad por el neocolonialismo neoliberal— crea en el continente una situación de desesperación de la que los empobrecidos intentan huir por todos los medios. De este modo se ha realizado la profecía de Keynes: si la riqueza no va allí donde están los hombres, son los hombres los que van allí donde están las riquezas. Al convertirse el Mediterráneo en la barrera que impide a la riqueza trasladarse hacia una África cercana y empobrecida, son los africanos los que intentan, aunque arriesgando la vida, alcanzar el “paraíso terrenal” o la “tierra prometida”, siguiendo las autopistas que tomaron y siguen tomando sus recursos. Los desheredados africanos huyen pues de la miseria del hambre.
Cuatro. El imperialismo cultural y publicitario occidental, que ha invadido hasta las aldeas y los suburbios africanos, es responsable de dicha emigración. Consiste en presentar a Europa como el escaparate del éxito de una sociedad de consumo, el modelo y la referencia obligada en todo proceso de desarrollo y de modernización, tal y como se puede contemplar en las emisiones de televisión captadas en la orilla sur del Mediterráneo y en los suburbios de las grandes ciudades africanas, invadidas por las antenas parabólicas. La educación recibida por las elites, intelectualmente neocolonizadas, les conducirá a reproducir, en sus prácticas, los comportamientos extrovertidos aprendidos de sus “mentores” euro-norteamericanos, desdeñando lo interno, considerado como primitivo y atrasado, y avalando lo europeo, presentado como símbolo de progreso y modernidad.
Jean Ziegler denuncia, en La victoria de los vencidos, esta alienación de las elites y clases gobernantes en estos términos: “La mayoría de las clases dirigentes del África contemporánea, puestas en su lugar, formadas y teledirigidas por el antiguo colonizador, se esfuerzan por seguir al pie de la letra las recomendaciones de Jaurés: sus modos de pensar, sus formas de vestir, sexuales, sus costumbres de consumo, de vivienda, su lenguaje político; todo denota una furiosa voluntad de imitación, de reproducción de los valores de la metrópoli. Las significaciones y valores autóctonos, las estructuras familiares, las solidaridades de clan, las cosmogonías comunitarias y las conductas que generan se ven mutiladas, pervertidas, desacreditadas. La cultura tradicional es negada, asfixiada por la cultura imitativa, porque se organiza su olvido”. Esta situación tendrá en las masas un impacto negativo, con el deseo de viajar a Europa para mejorar su estatus social convertido en una obsesión. La actitud arrogante de sus dirigentes les convencerá de que la única manera de competir con ellos es dirigirse a la fuente de sus privilegios: Europa.
Cinco. La generalización de las dictaduras y de los conflictos armados (20 de los 53 Estados africanos y el 20 % de la población africana viven en situaciones de guerra), en los que la población civil es víctima de todo tipo de vejaciones cometidas tanto por las fuerzas gubernamentales como por los movimientos rebeldes, crea una situación de inseguridad generalizada. Las limpiezas étnicas, los genocidios, las exclusiones oficiales y la violación sistemática de derechos humanos se han convertido en prácticas corrientes en muchos países africanos, e incluso en modos de gobierno. Dicho sea de paso, muchos de los gobiernos dictatoriales y de los movimientos rebeldes siguen beneficiándose del respaldo político, financiero y militar de los gobiernos del Norte, que los han tornado en sus principales interlocutores asegurándoles la impunidad total, en su afán por controlar los mercados locales y las materias primas estratégicas.
En estas condiciones de sufrimiento humano, la inmigración se convierte en el comportamiento racional más elemental, para asegurar la propia supervivencia. Los oprimidos africanos huyen hacia Europa, considerada no sólo como el continente de la riqueza, sino además como la tierra de la libertad y, de los derechos humanos. Los centros de decisión y de toma de iniciativas, que han sustituido al Estado africano, están ubicados generalmente en Europa. Reciben en sus propias puertas a los africanos que vienen a buscar los servicios sociales que se les han quitado, y que en Europa sigue asegurando el Estado, un Estado que, al contrario de su contraparte africana, ha mantenido su protagonismo económico y político. Prefieren las cárceles europeas en las que gozan de una cierta dignidad humana asegurada por un Estado de derecho, a la vida constantemente amenazada en sus países por las guerras, las dictaduras y las epidemias de toda índole.
Seis. El envejecimiento de la población europea (la media de niños por mujer es de 1’9 en el Norte —España tiene la más baja de Europa con 1’16 niños por mujer— y 3’5 en los demás países del Sur) explica que la inmigración sea una necesidad para ciertos sectores económicos, tales como la agricultura o la construcción, que reclaman a trabajadores extranjeros ante la falta de mano de obra local, y para renovar a la población de los países ricos. En el caso particular de España, se necesitarían cada año a más de 200.000 inmigrantes para compensar en los años venideros el déficit demográfico. La vecina África, cuya tasa de crecimiento de la población, en torno al 3%, es la más alta de mundo, se presenta como una reserva lógica, por razones históricas y culturales.
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